miércoles, 22 de junio de 2011

Crítica a La Trilogía de El Silencio de Ingmar Bergman desde "Luz de Invierno"

Luz de invierno, 1962

Ante la imposibilidad de afirmación alguna, ahora es el turno de las preguntas en esta segunda entrega de la trilogía del silencio de Ingmar Bergman. Luego de ocultar con otras palabras los sentimientos genuinos para no nombrarlos como ocurre en Detrás de un vidrio oscuro (1962), Bergman tiende con Luz de invierno un puente de interrogaciones que acabarán en la incomunicación total de El silencio (1963).
Enmarcados en una exquisita composición arquitectónica que recuerda a la profundidad de las capillas pintadas por Masaccio, los personajes definen su silencio en dos temas que atraviesan la obra: el amor y la muerte.
Por un lado, la maestra de escuela Märta Lundberg tiene una relación con el pastor de la parroquia del pueblo, Tomas Ericsson,  y tras asumir la incapacidad de hablar de éste le escribe una extensa carta donde se cuestiona y trata de responderse a sí misma la situación confusa que atraviesan. Desde la técnica utilizada para la lectura de estos pliegos también se deja en claro que el discurso no es más que un monólogo desbordado de patetismo sin certeza alguna. Tras la escena en que Tomas comienza a leer la carta, la voz en off de Märta regresa a su cuerpo en la toma siguiente donde bajo la cámara fija y un plano corto de su rostro dice lo que escribió acompañando cada una de sus palabras con el tono indicado.
Por el otro lado, el pescador Jonhas Persson en medio de una crisis existencial, la que él sólo comprende como un profundo estado de tristeza, le pregunta al cura por qué hay que vivir. El consejero espiritual da sus argumentos en relación a Dios a la vez que comienza él mismo a dudar de esos conceptos y sospecha temeroso el terrible desenlace de la historia del pescador. Desde el plano estético, adquiere gran peso el silencio total que se prolonga durante los casi 7 minutos que van desde la salida del párroco y la maestra a buscar el cuerpo de Jonhas hasta que la policía lo recoge y se lo lleva.
Märta es dejada por su amante con crueldad y se ahoga en lágrimas sin palabras. La señora Persson es informada sobre la tragedia de su marido y sólo se escucha un gemido débil de su boca. El silencio es la reacción final que los dos grandes temas, amor y muerte, provocan.
Pero no es este el silencio perturbador que articula la trilogía del director. En estos casos el silencio es calma, es la respuesta final a tanta incertidumbre y cuestionamientos que atormentaron el alma de los personajes. Ahí está la angustia existencial que de distintas maneras fue tomando forma en estas tres obras. En Detrás de un vidrio oscuro fue el vacío heterogéneo que necesitaba de algo para aferrarse a la realidad inmediata, más adelante en El silencio será de manera más extrema, la completa incomunicación pero en Luz de invierno aún quedan palabras que le dan a esa angustia el modo de interrogaciones existencialistas.
Y es esa falta de respuesta la que aumenta la sensación de soledad y confusión. Sucede que el silencio no es de los hombres en Luz de invierno, sino de Dios. Es este silencio el silencio primero de esta estructura dramática, el que desencadena las distintas acciones y unifica bajo su concepto a los dos temas remarcados en la obra.
Bergman luego de los dos terribles desenlaces de desamor y muerte nos deja en boca de un simpático personaje y en un tono liviano e ingenuo una conclusión aún más desoladora que las desgracias que conformaron el climax del film. Un monaguillo le pregunta al ya descreído por completo cura si Jesús en la cruz no sufrió más por su dolor moral que físico al mirar al cielo, llamar a su padre y no escuchar respuesta. La imagen que logran esas pocas palabras vuelven material el argumento de Bergman: Un silencio de dios tan terrible que logró que hasta su propio hijo dudara de él desde la cruz.
Con temas recurrentes desde El séptimo sello (1957) pero esta vez tratados con pocos elementos alegóricos y con la misma obsesión de los planos cortos y expresividad del rostro femenino, Bergman logra nuevamente un golpe fuerte a las bases de cualquier pensamiento esperanzador.  Gisella Ferraro

3 comentarios:

  1. Qué bueno Gí! Qué bueno es leerte! Qué clara la comunicación que dejás ver entre Bergman y vos que hace que nosotros, los espercadores, lleguemos al seno de los cuestionamientos bergmenanos. Y es que se convirtió en un buen comunicador de la inestabilidad humana ante el vacío y el naderío de los argumentos de la existencia. Me gusta como a la vez que incomoda representa con belleza las dudas eternas del hombre.

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  2. El vacío llena de preguntas el silencio y el silencio responde sólo con expresiones ya sea en el rostro o en sus propios ojos. Claramente el momento cúspide del director en su narración es la ausencia de dios. Narración que no consta de tantas palabras sino más bien de expresiones y signos. Al menos asi la recuerdo, como se pincela en el texto de Gise. Esta bueno como se aborda la crítica, no es que sorprenda, sino que no deja de sorprender.

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  3. La temática del silencio en Bergman me trae a la mente el pensamiento de Albert Camus en "El mito de Sísifo": "Lo absurdo nace de esta confrontación entre el llamamiento humano [el deseo de dicha y razón] y el silencio irrazonable del mundo(...). [Lo absurdo] es el divorcio entre el espíritu que desea y el mundo que decepciona, mi nostalgia de unidad, el universo disperso y la contradicción que los encadena". Camus propone asumir ese absurdo, ser siempre consciente de ello y no evadirse mediante palabras vacías que en vano pretenden llenar ese silencio (religión). La conciencia plena del absurdo resulta liberadora para él porque da paso a la "rebelión metafísica": "una confrontación perpetua del hombre con su propia oscuridad (...). Esta rebelión es la seguridad de un destino aplastante, menos la resignación que debería acompañarla (...). Lo absurdo me aclara este punto: no hay mañana. Ésta es en adelante la razón de mi libertad profunda".

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